¿Vitrocerámica o inducción? Es la pregunta que se repiten los que se enfrentan a la compra de una placa para cocinar. Las firmas lo tienen claro. Las de inducción tienen más ventajas. Para empezar, calientan el doble de rápido que las vitrocerámicas y gastan hasta un 30% menos de electricidad.
El calor de inducción ha demostrado ser el más rápido en calentar dos litros de agua de 20 a 95 grados. Un dato a tener en cuenta, ya que estos electrodomésticos, grandes consumidores de energía, llegan hasta los 7.200 vatios de potencia.
Las placas de inducción funcionan con campos magnéticos que calientan directamente y de forma inmediata el contenido del recipiente, y no el cristal cerámico intermedio, por lo que la placa permanece fría y se evitan pérdidas de energía. Al no calentarse la superficie, se limpian con mayor facilidad (basta un paño húmedo), ya que los restos o salpicaduras no se queman ni se incrustan.
En cambio, en las vitrocerámicas la resistencia eléctrica se pone al rojo vivo y calienta el cristal, que a su vez calienta el recipiente. Cuando se apagan, la resistencia tarda unos minutos en dejar de desprender calor.
A simple vista son casi idénticas, si no fuera por el precio. Las de inducción son hasta el doble de caras, aunque se va recortando la distancia. Los precios medios de inducción oscilan entre 500 y 1.500 euros, y las vitrocerámicas, entre 250 y 600 euros, siempre dependiendo de los tamaños y prestaciones. La escasa pérdida de calor de la inducción compensa el desembolso inicial y en algo más de un año la inversión estará amortizada.
Otra diferencia es que las placas de inducción requieren de un menaje especial, fabricado en material ferromagnético, con fondo liso, grueso y plano (de acero esmaltado, hierro fundido o acero inoxidable). Nunca deben utilizarse utensilios de barro o aluminio, ya que no se calientan.
Existe una opción intermedia y son las placas que incorporan dos fuegos de inducción y dos vitrocerámicos en la parte interna. Esto permite seguir cocinando con el menaje de siempre.
Las placas, montadas sobre cristal fabricado por Schott en Alemania, son cada vez más inteligentes. La mayoría de los modelos dispone de un temporizador para programar el tiempo de de la cocción y que la placa se apague sola. Lo sensores de control de frituras controlan la temperatura para evitar que se quemen los alimentos.
Algunos modelos de Fagor disponen de una zona gigante de 40 por 23 centímetros en la que se puede utilizar al mismo tiempo uno o varios recipientes. Se puede memorizar la potencia que se usa habitualmente y acceder directamente con pulsar una tecla.
Hay otras, como las de Teka, con una función que permite hacer una pausa en el proceso de cocinado sin necesidad de reiniciarlo y evita que los alimentos se quemen o queden recocidos.
La función Booster concentra en un solo foco la potencia de dos, con lo que se reduce el tiempo de cocinado. Las hay con una placa de inducción con wok central para cocinar. Esta encimera no sólo está dirigida a las personas que realizan menús de inspiración asiática, sino a aquellas que se decantan por la inducción wok como cocinado ideal.
La utilidad no está reñida con el diseño, que ha entrado de lleno en estas encimeras de inducción. Formas irregulares y colores definen la moda en placas. Por ejemplo, la firma Miele ofrece laterales curvos.
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